Apuntes sobre el “fracaso de Kant”, según Alasdair MacIntyre (I)

Una de mis lecturas recientes más amenas e instructivas ha sido el influyente libro After Virtue (1984), de Alasdair MacIntyre. Da igual si estás en desacuerdo con las posiciones y los desarrollos teóricos que encontramos en su texto: es una lectura absolutamente original, provocadora y que, por su radicalidad, obliga a reflexionar sobre las ideas propias y ajenas, especialmente sobre estas y su sentido y razón de ser. A este respecto, MacIntyre ha ensanchado nuestro modo de comprender la ética.

En lo que sigue voy a revisar un aspecto de su crítica a la filosofía moral de Kant. Para MacIntyre, en “la filosofía moral de Kant hay dos tesis centrales engañosamente sencillas: si las reglas de la moral son racionales, deben ser las mismas para cualquier ser racional” (ed. Alianza, p. 65). En lo que respecta al menos a la valoración de Kant, creo que puede comprobarse que las dos tesis de este filósofo sólo pueden resultar engañosas si se las entiende con la sencillez con que el propio MacIntyre las presenta. En esta entrada vamos a tratar la primera de ellas.

Primera tesis: según Kant, al menos tal como lo entiende MacIntyre, si las reglas de la moral son racionales, tal como lo son las reglas de la aritmética, las reglas de la moral obligan a todo ser racional y entonces no importa la capacidad de tal ser para llevarlas a cabo, sino la voluntad de hacerlo. Ahora bien, para Kant las reglas de la moral no son racionales como las reglas de la aritmética. Si bien las reglas de la aritmética describen de modo universal y necesario cómo es el mundo, las reglas de la moral no describen en absoluto cómo es el mundo ni cómo son las personas, sino como deberían ser. Estas leyes obligan universalmente a todo ser, pero sólo si a este lo pensamos como un ser racional, es decir, como un ser capaz de determinarse por sí mismo, en definitiva: como un agente moral. Pero de esto no se deriva que estas leyes obliguen a todo ser, tampoco que obliguen a todo ser humano. Los ciudadanos reales que pueden ser conocidos en la experiencia no son racionales, si bien nosotros los pensamos como racionales en contextos morales (rendición de cuentas, responsabilidad, arrepentimiento, etc.). Confundir al sujeto real del que tenemos experiencia con un sujeto racional e inteligible (un sujeto ajeno a la experiencia, a la sensibilidad, a las inclinaciones) es presuponer de modo ilegítimo la realización del bien divino en lo real. Y el ilustrado y crítico Kant no podía estar viendo las cosas de esa manera. No se le pasaba por alto que una de las cosas que dan sentido a la moral es el hecho de que las cosas y las personas no son tal como deberían ser, pero que de ellas a la vez pensamos que podrían ser tal como deberían.

Por la declaración anterior de MacIntyre podría parecer que a Kant no le importa la capacidad de los seres para llevar a cabo su obligación moral. Pues bien, ya sabemos que en el discurso moral hablamos de los otros como algo diferente de lo que son naturalmente. Por poner un ejemplo, del drogodependiente en rehabilitación a quien contratamos para que cuide de la caja esperamos diferentes cosas, dependiendo del diferente ámbito de aplicación de la racionalidad. Cuando espero de él que cumpla honestamente con su trabajo estoy pensando en él según aquello que debería y podría ser si no hubiera tenido la infancia que ha tenido. Cuando mi colega me advierte de que no espere de él nada diferente a la traición, está haciendo una lectura que describe como es su carácter, curtido por una historia precedente. En un caso, hablo de cómo deberían ser las cosas; en el otro, de cómo son, aunque podrían o deberían ser de otro modo. Para Kant es importante no confundir los dos niveles; y MacIntyre los confunde. Tratar al drogodependiente meramente como a un “sujeto racional”, sin tener en consideración su dificultad ocasional para cumplir con su obligación moral, es de idiotas. Tratar al drogodependiente como si no pudiera hacer más de lo que efectivamente hace, como si no pudiera ser aquello que debería ser, podría llegar a ser o podría haber sido, es dejar de tratarlo como a una persona con relevancia moral. Pensar que el guardián nazi liberará al prisionero es ingenuo; pensar que no puede hacer más que lo que hace, es admitir que las cosas no podían ser más que como resultaron tras el Tratado de Versalles y aceptar que deja de tener sentido la declaración “esto no debería estar ocurriendo”, donde “esto” es el horror del Tercer Reich.

Se trata en el caso de Kant de una explicación de si la moral tiene algún fundamento, y por lo tanto de cuál es el sentido del discurso normativo; pero no se trata de una descripción relativa a cómo actúan realmente las personas. Pendiente queda una teoría que ilustre cómo es posible implementar política, social o históricamente que lo real se acerque a eso que debería ser. En esas estuvieron hegelianos, marxistas y constructivistas. En lo que respecta al propio Kant, este tiene amplios desarrollos de una doctrina de la prudencia en su antropología. Es preciso conocer la naturaleza efectiva de los individuos en su relación social e histórica para poder pensar de modo pragmático el mejor modo de facilitar o fomentar que las situaciones reales y efectivas se acerquen a aquello que la razón prescribe en abstracto.

Sobre la crítica de MacIntyre a la segunda tesis “engañosamente sencillamente” de Kant, véase la siguiente entrada.

Manuel Sánchez Rodríguez 

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