“Sobre algunos críticos del descubrimiento de los objetos naturales”, por George Santayana

Portada del número 500 de la Revista de Occidente, donde aparece publicado el texto de Santayana


El pasado mes de enero se publicaba el número 500 de la Revista de Occidente, que incluía un interesante texto inédito del filósofo español George Santayana sobre la filosofía de Kant. George Santayana (1863-1952) es uno de los principales representantes del realismo crítico en España, corriente en la que destacan otros autores internacionales como R. W. Sellars o A. O. Lovejoy. La tesis principal del realismo crítico (o “nuevo realismo”) es que el proceso cognitivo de la percepción se funda sobre un mundo físico externo, previo a los resultados mismos del proceso perceptivo. Este mundo externo recibirá diversos nombres entre los autores de esta tradición; para Santayana, por ejemplo, será considerado como la esencia o la cualidad. En el texto que nos ocupa en este post, el término recurrente para referirse a esta dimensión es el de naturaleza o mundo natural. El título del escrito reza: “Sobre algunos críticos del descubrimiento de los objetos naturales”, y constituye el cuarto capítulo de la obra La razón en el sentido común, que Santayana publica en el año 1905 y forma parte de la pentalogía La vida de la razón (1905­–1906).

El texto que traduce Daniel Moreno Moreno deja al lector de Kant con muy mal sabor de boca tras un primer análisis. Santayana no puede evitar plantear una contraposición tajante entre este esquema realista y el modelo crítico del idealismo trascendental. Consecuentemente, en el texto no se escatima en elogios ni ­–especialmente­– en reproches hacia el autor de las Críticas. Más allá del presupuesto del que cada uno parta al interpretar las tesis del realismo, la exposición de las ideas que se recogen aquí puede resultar de especial interés, no tanto en la medida en que nos ayuden a salvar o desdeñar a Kant, sino en cuanto posibilitan el planteamiento de preguntas adecuadas y relevantes respecto a conceptos críticos fundamentales. 

La tesis principal del capítulo se puede resumir como sigue: el criticismo incurre en una reduplicación innecesaria del concepto de naturaleza, dado que introduce una mediación intelectiva (categorial) sobre las bases de una objetividad desconocida o problemática (esto es, nouménica) que debe ser considerada, según el propio Santayana, como la naturaleza stricto sensu. En este sentido, Santayana está problematizando lo que a su juicio constituye un exceso del planteamiento crítico, por más templado y digno que se muestre en sus pretensiones. Para el autor español, el valor de la empresa crítica residirá más bien en su capacidad para revelar “la intrincada organización, comparable a la del cuerpo, de esa delicada red de intenciones y contraintenciones cuyos latidos son nuestros pensamientos” (Revista de Occidente 500, p. 67). A partir de aquí, no es sorprendente que lo que se rechace sea precisamente el uso trascendental del intelecto. Según Santayana, la filosofía kantiana fracasa al situar el conocimiento bajo la mirada de la mediación de las categorías: “Kant mostró […] que sólo aplicando las categorías a los datos de los sentidos podría surgir el conocimiento de un universo ordenado; o, con otras palabras, que el conocimiento es una mirada, que tiene perspectiva puesto que consiste en la presencia ante un pensamiento dado de un paisaje difuso y articulado. Las categorías son principios de interpretación con los que el insulso datum adquiere una interpretación en el pensamiento y se hace representativa del completo sistema de existencias sucesivas y colaterales” (Íbid., p. 68).

El concepto de naturaleza, afirma Santayana, es el resultado empírico de la aplicación de las categorías del entendimiento a un datum sensible. Pero el origen de ese concepto, ese mismo datum, es ya la naturaleza, entendida como –según la expresión del propio Kant– la experiencia posible: “La naturaleza es la suma total de las cosas potencialmente observables, algunas son observables realmente, otras son interpoladas hipotéticamente; de modo que el sentido común está en lo cierto, contra el subjetivismo kantiano, al considerar que la naturaleza es la condición de la mente, no la mente la condición de la naturaleza” (Íbid., p. 71). Es aquí donde hallamos la reduplicación a la que se refiere Santayana, por la cual –afirma el filósofo– la filosofía kantiana puede considerarse más bien como una especie de mitología. Este mito lo identifica Santayana con ciertos rastros de platonismo, como si el propio Kant aún no hubiera dejado atrás ciertas tesis de la Dissertatio: “Haber hecho que las condiciones de la experiencia fuesen metafísicas y anteriores a la experiencia misma en el orden del conocimiento era simplemente un resto del persistente platonismo” (Ídem). Creo que algunas de las conclusiones presentadas en estos pasajes son bastante discutibles. Uno pude preguntarse, por ejemplo, si la idea del uso trascendental del entendimiento o intelecto deriva en el criticismo en una postura subjetivista, tal y como afirma arriba. Por último, según el carácter platónico que Santayana ve en el criticismo, el idealismo trascendental adoptaría una concepción de lo real fragmentaria. En esta interpretación, encontraríamos radicalmente separados aquellos datos sensibles o experienciales (fruto de la mediación categorial del intelecto) y una realidad problemática e imperceptible, un mero datum de los sentidos que, en palabras del propio autor, no puede sino ser tildado de insulso.

La cuestión es que esto no consiste meramente en un posicionamiento irreconciliable de claros y oscuros, sino en una alteración del sentido del concepto de trascendental en la filosofía kantiana. La defensa por Kant del idealismo trascendental es acompañada, ya desde la primera Crítica, de una oposición al empirismo de autores como Berkeley. Esta crítica al empirismo es vital, en la medida en que expone con claridad cómo se puede pasar desde una perspectiva realista a lo que autores como Allison han caracterizado como idealismo empírico (V. H. Allison, El idealismo trascendental de Kant: una interpretación y defensa). Para poder entender lo natural como el conjunto de cosas potencialmente observables, las posiciones realistas necesitan considerar al objeto de conocimiento como aquel resultado inmediato de nuestras percepciones; a saber, nuestras ideas o experiencias. Por esta vía, el realista acaba convertido en un idealista empírico, y la naturaleza, que era para el realista lo verdaderamente trascendental –la condición o el antecedente de nuestro proceso perceptivo–, resulta consistir finalmente en el resultado de este proceso: en nuestras ideas. Uno de los objetivos fundamentales del idealismo trascendental será precisamente la redefinición crítica del objeto de conocimiento; pero esta crítica deberá transitar también por ciertas renuncias, como por ejemplo la reducción de la influencia de aquella dimensión problemática o nouménica al ámbito de la razón práctica, límite sin el cual nos precipitaríamos bien hacia la alternativa del dogmático o a la del escéptico.

Termina el texto el autor español con la siguiente cita: “mientras Kant remarcaba que es la mente la que descubre la realidad empírica al hacer inferencias a partir de los datos de los sentidos, algo en lo que no era necesario insistir, al mismo tiempo admitía que ese uso del entendimiento era legítimo, incluso necesario, y que la idea de la naturaleza así pergeñada tenía verdad empírica. Quedaba, sin embargo, la impresión de que esa verdad empírica era algo insuficiente e ilusoria. El entendimiento era una facultad superficial, y nosotros podíamos llegar a esa realidad, que no era empírica, por medios distintos, oraculares” (Revista de Occidente 500, p. 73). Esa impresión de insuficiencia de la facultad de conocimiento que constituye el entendimiento no es más que el producto de uno de los reconocimientos fundamentales del criticismo: la finitud del conocimiento humano y la exposición de los límites de este conocimiento. Esto es, la separación de este conocimiento respecto a cualquier presupuesto oracular, dogmático y verdaderamente ilusorio.

José Antonio Gutiérrez García

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